Quisiera relataros un incidente que ocurrió durante la guerra de Vietnam. Muchos estaban convencidos de que los Estados Unidos participaba en una guerra noble y justa. Sin embargo, la opinión publica había empezado a cambiar y algunos opinaban que los Estados Unidos debía retirarse de ese país.
En esa época, Harold B. Lee era el Presidente de la Iglesia. Mientras se encontraba en otro país, en una conferencia de área, le entrevistaron periodistas de la prensa internacional. Uno de ellos le preguntó: "Cual es la posición de su Iglesia con respecto a la guerra?" Para algunos esa pregunta era una trampa y no podría responderse sin que se corriera el riesgo de una mala interpretación. Si el Profeta decía: "Estamos en contra de la guerra", la prensa internacional podría decir: "¡Que raro!, que un líder religioso este en contra de la posición del país al que esta obligado a apoyar según uno de sus propios artículos de fe".
Mas si respondía: "Estamos a favor de la guerra", la misma prensa se hubiera encargado de decir: "¡Que extraño! ¿Cómo puede un líder religioso estar en favor de la guerra?" Esta respuesta también podría traer serios problemas con respecto a la opinión publica, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Con gran inspiración y sabiduría, el presidente Lee respondió como un hombre que conoce al Salvador: "Nosotros, junto con todo el mundo cristiano, detestamos la guerra. El Salvador dijo: '… en mi [podéis tener] paz. En el mundo tendréis aflicción' (Juan 16:33)". Luego el Profeta citó otro pasaje de Juan: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da" (Juan 14:27). El presidente Lee procedió entonces a explicar: "El Salvador no hablaba de la paz que puede lograrse entre las naciones por medio de la fuerza militar o de las negociaciones parlamentarias. El hablaba de la paz que cada uno puede lograr en su vida cuando obedece los mandamientos y va a Cristo con un corazón quebrantado y un espíritu contrito" (Véase Ensign, noviembre de 1982, pág. 70).
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