Cuando nuestro corazón ya no esté puesto en las cosas de este mundo, entonces ya no
aspiraremos a los honores de los hombres, ni procuraremos satisfacer nuestro orgullo (véase D. y C.
121:35–37). En lugar de ello, adoptamos los atributos cristianos que Jesús enseñó:
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•Tenemos benignidad, mansedumbre y longanimidad (véase D. y C. 121:41).
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•Somos bondadosos, sin hipocresía y sin malicia (véase D. y C. 121:42).
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•Sentimos caridad para con todos los hombres (véase D. y C. 121:45--46).
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•Nuestros pensamientos son siempre virtuosos (véase D. y C. 121:45).
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•Ya no tenemos deseos de hacer el mal (véase Mosíah 5:2).
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•El Espíritu Santo es nuestro compañero constante y la doctrina del sacerdocio destila sobre nuestra alma como rocío del cielo (véase D. y C. 121:45).
ESTAR ANHELOSAMENTE CONSAGRADOS
Por El Élder M. Russell Ballard
Del Quórum de los Doce Apóstoles Sesión del sábado por la tarde
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