Quiero compartir este hermoso Testimonio de un Profeta de Dios .Mis lagrimas salieron de gozo.
Testifico que somos linaje espiritual de un Dios amoroso, nuestro Padre Celestial ( Hechos 17:29; 1 Nefi 17:36).
Él tiene un grandioso plan de salvación mediante el cual Sus hijos pueden ser perfeccionados para ser como Él es y tener una plenitud de gozo como la que Él disfruta ( 1 Nefi 10:18; 2 Nefi 2:25; Alma 24:14; 34:9; 3 Nefi 12:48; 28:10).
Testifico que en nuestro estado preterrenal nuestro Hermano Mayor en el espíritu, sí, Jesucristo, llegó a ser nuestro Salvador preordenado en el plan de salvación del Padre (Mosíah 4:6–7; Alma 34:9). Él es el caudillo de nuestra salvación y el único medio por el que podemos regresar a nuestro Padre Celestial para obtener esa plenitud de gozo ( Hebreos 2:10; Mosíah 3:17; Alma 38:9).
Testifico que Lucifer también estuvo en el concilio de los cielos; y procuró destruir el albedrío del hombre; se rebeló ( Moisés 4:3). Hubo una guerra en los cielos y una tercera parte de las huestes fueron arrojadas a la tierra y se les negó recibir un cuerpo ( Apocalipsis 12:7–9; D. y C. 29:36–37). Lucifer es el enemigo de toda rectitud y busca la desdicha de todo el género humano (2 Nefi 2:18, 27; Mosíah 4:14)
La cuestión central en el concilio preterrenal era: ¿Deben los hijos de Dios tener albedrío ilimitado para escoger el curso a seguir —ora bueno, ora malo— o deben ser coaccionados y forzados a ser obedientes? Cristo y todos los que lo siguieron defendieron la primera propuesta: la libertad de elección; Satanás defendió la segunda: la coacción y el forzamiento.
Las Escrituras dejan en claro que hubo una gran guerra en los cielos, una lucha por el principio de la libertad, el derecho a escoger (Moisés 4:1–4; D. y C. 29:36–38; 76:25–27; Apocalipsis 12:7–9)13.
La guerra que comenzó en los cielos por esta cuestión aún no termina. El conflicto prosigue en el campo de batalla de la vida terrenal.
La libertad de elección es un principio eterno, dado por Dios. El gran plan de la libertad es el plan del Evangelio. No hay coacción en él, ni forzamiento ni intimidación. El hombre es libre de aceptar o rechazar el Evangelio; puede aceptarlo y después rehusarse a vivirlo, o aceptarlo y vivirlo cabalmente.
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