"Pero María", que había seguido a Pedro y Juan hasta el huerto, "estaba … llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro" (Juan 20:11). Allí dentro vio a dos ángeles vestidos de blanco. Al verla tan afligida, ellos le preguntaron: "Mujer, ¿por que lloras?" María les contestó: "Porque se han llevado a mi Señor, y no se dónde le han puesto" (Juan 20:13).
Llorando todavía, María se volvió y a través de las lagrimas vio que había alguien de pie cerca de ella; la persona le preguntó: "Mujer, ¿porque lloras? ¿A quien buscas?" Pensando que quien le hablaba seria el hortelano, ella respondió: "Señor, si tu lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevare". Con una voz llena de amor y ternura, E1 pronunció una palabra: "¡María!" La voz era inconfundible: era Jesucristo.
Profundamente conmovida, la mujer sólo pudo exclamar: "¡Raboni!", o sea, ¡Maestro! Allí estaba El, de pie frente a ella, ¡vivo! ¡Se había levantado de los muertos! ¡No volvería a morir! Su cuerpo perfecto se había unido para siempre con el espíritu. ¡El Cristo eterno vivo nuevamente! Para el crédito de todas las mujeres buenas y amorosas que hay en el mundo, nuestro Redentor escogió a una mujer, María Magdalena, para ser. el primer testigo terrenal de su resurrección.
Bienaventurado los que lloran pues seran Consolados
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