En su primer discurso durante la Conferencia General Semestral de la Iglesia Número 89, el 4 de octubre de 1918. Se anotó inmediatamente después de terminarse la conferencia, y el 31 de octubre de 1918 se presentó ante los consejeros de la Primera Presidencia, ante el Consejo de los Doce y ante el Patriarca, quienes la aceptaron unánimemente.

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